Las expectativas y las etiquetas tanto positivas como negativas que ponemos a los más pequeños tienen una repercusión más allá de lo que pensamos
El Efecto Pigmalión
El efecto Pigmalión se produce cuándo tenemos ciertas expectativas con los más pequeños, ya sean nuestros hijos, alumnos, pacientes… que se acaban cumpliendo con el tiempo.
Este nombre lo recibe por Pigmalión, rey de Chipre, el cuál se quería casar con la mujer perfecta. Como no la encontraba, ya que no existe la persona perfecta, decidió pasar su tiempo haciendo esculturas. Una de ellas era Galatea, de la que se enamoró.
Con la ayuda de Afrodita, Galatea cobró vida y contrajo matrimonio con Pigmalión. Ambos, tuvieron una hija llamada Pafo.
Al final, el Efecto Pigmalión hace referencia al modo en que las personas con un vínculo emocional hacia los más peques pueden llegar a transmitir o influir en su modo de vida, modificando su forma de pensar, conductas, creencias o incluso capacidades, ya sea a través del lenguaje verbal o no verbal.
El experimento
En 1968, Rosenthal y Jacobson llevaron a cabo un experimento para tratar de ver el efecto que tienen las expectativas en los demás. En este experimento se seleccionaron a 300 estudiantes para pasarles una prueba de inteligencia.
En dicha prueba, salió que estos 300 estudiantes tenían todos una inteligencia similar, nadie destacaba ni por encima ni por debajo, de modo que se pasó a la segunda fase del experimento.
Seleccionaron a 65 alumnos de entre estos 300 y crearon un informe falso para los profesores, diciendo que estos alumnos eran mucho más inteligentes que el resto y que podían esperar grandes cosas de ellos durante el curso académico.
Al final del curso, volvieron a administrar la prueba de inteligencia y los alumnos con falsos informes mostraron una inteligencia superior al resto, haciendo que el informe dejase de ser falso. Pero ¿cómo es posible?
Lo que el informe hizo fue cambiar las expectativas de los profesores hacia estos alumnos, de modo que empezaron a actuar de modo distinto con ellos.
Por ejemplo, si se equivocaban no podía ser por falta de capacidad, tenían un informe que lo desmentía, debía ser porque ellos se explicaron mal quizás, así que repetían más las cosas. Miraban más a los ojos de estos alumnos «más dotados», recibían más atención.
Es decir, recibieron un trato diferente. No mejoraron por arte de magia, no fue por la energía mística que se proyectó ni nada por el estilo. El efecto Pigmalión dice que cuando tenemos unas expectativas tendemos a actuar para que éstas se cumplan, de forma consciente o inconsciente.
Dónde está el peligro?
Claro, en el caso del experimento parece que no puede haber ningún peligro. Los resultados posibles eran quedarse igual o mejorar.
Pero, ¿qué pasa cuando creemos que un niño es malo, conflictivo, tonto, torpe…?
Ahí hay peligro. Mucho.
Sobre todo porque las personas necesitamos clasificar y describir y por ende, necesitamos usar adjetivos. Imaginad todas aquellas situaciones en las que hablamos de otra persona, por ejemplo en enfermería en el cambio de turno, «el paciente de la cuarta te va a dar la noche»; o nos cruzamos con la vecina del quinto y dice «que cara de travieso que tiene tu hijo»; o incluso los profesores cuando hay una sustitución o un profesor nuevo y lo primero que oye al llegar es «cuidado con los de sexto que son unos revoltosos».
¡Ostras! Toda una clase metida en el mismo saco.
Debemos vigilar los mensajes que transmitimos con nuestras palabras ya que no siempre la intención es lo que cuenta. Por mucho que digamos al niño «haz los deberes, no seas vago» con la mejor de las intenciones, el mensaje que enviamos es muy diferente. Otro tipo de frases demoledoras serían las de «piensa un poco», «no puedes», «si lo has intentado no se puede pedir más».
El niño es capaz de percibir el trasfondo de estas frases, es decir, «eres tonto», «soy incapaz», «soy inútil». La última frase la he puesto porque aunque la digamos de corazón, y de verdad pensemos que si se intenta no se puede pedir más, a menudo lo decimos con cara de resignación de «me ha tocado el niño inútil» en lugar de con cara de orgullo de «me ha tocado el niño que aunque fracasa lo intenta y se levanta».
Y el lenguaje no verbal es igual de importante.
Cómo podemos usar el Efecto Pigmalión a nuestro favor?
Es sencillo. Tal como nos muestra el experimento original, si tenemos expectativas positivas estas también se harán realidad. Pero recuerda que esto no es por arte de magia, es por cómo actúas para hacer que se hagan realidad. El claro ejemplo de «creer es poder».
Pero creer de verdad, de forma genuina. Si solo queremos creer no va a servir más que para enviar el mensaje de «cómo creo que eres malo en música voy a querer creer que eres bueno y solucionado», es decir, «eres malo en música».
Hay que hacer un ejercicio muy honesto de autoexploración para poder identificar estas expectativas que tenemos y porqué las tenemos. Es posible que queramos vivir a través de ellos.
Se trata de buscar un equilibrio entre las expectativas reales que tenemos y no tener creencias limitantes sino ayudarlos a levantarse y superarse cada día.
Analiza cómo te expresas con ellos, qué mensajes estas enviando realmente. Reconoce las fortalezas y debilidades reales y elimina las fantasías que tienes sobre ellos. Al fin y al cabo es reconocer al niño como persona, con sus propias virtudes, sus propios defectos y sus propias aspiraciones.
Conclusión
No tengas miedo a que tu hijo sea distinto a lo que tenías planeado para el. Deja que se equivoque, que aprenda y que escoja su propio camino.
No seas un tirano en su vida. Se un apoyo, un guía, acompáñalo en su proceso.
¡Y OJO! Lo mismo con la sexualidad. Se da siempre por sentado que el niño es heterosexual y nos comportamos como tal cuando por ejemplo preguntamos si ya tiene noviete o novieta. Luego vienen las confusiones.
El diablo está en los detalles dicen y hay que analizarlos bien para poder vencerlo.